VISIONARIOS: La República de Platón y el Alma Tripartita
Al contrario de lo que usualmente se supone, la filosofía debe ser simple y su objetivo primordial el de vislumbrar un camino para que el hombre sea bueno y feliz. Pero las obras filosóficas son complejas y en un idioma en desuso, y por ello pocas personas emprenden su lectura. Una de las piezas más importantes es La República, de Platón, en la cual el filósofo griego se propone determinar la naturaleza de la justicia y los principios que caracterizan a un buen gobierno; y si nosotros, los ciudadanos comunes, tuviésemos acceso de forma cotidiana y digerible a los planteamiento que Platón formula en aquella obra, nuestra sociedad estaría encaminada indeteniblemente hacia el progreso, la paz y la justicia.
Platón parte del planteamiento de que el origen a la sociedad humana es la necesidad de apoyo reciproco entra las personas para atender a la necesidad de alimentos, de habitación y de vestido; y afirma que esta etapa de convivencia primitiva es sencilla y feliz. Luego, el surgimiento de nuevas necesidades conlleva al crecimiento de la ciudad y a que las personas se dediquen al oficio para el cual tienen mayor disposición, dándose origen a la diversidad de profesiones y a la ampliación de las actividades productivas.
La injusticia surge cuando los ciudadanos motivados por la codicia de poseer sin límites, ya no se conforman con los bienes que hasta entonces les bastaban y se lanzan contra sus vecinos para obtener más, por cualquier medio y a cualquier precio. Para superar los vicios de esta ciudad, Platón propone una nueva república utópica la cual se caracteriza a partir del propio conocimiento de la naturaleza espiritual del ser humano. Platón propone entonces estudiar el alma del hombre para luego abordar analógicamente el alma del Estado.
Según su concepción, el alma es anterior al cuerpo y antes de quedar prisionera en él, pertenece al mundo de las ideas. Asimismo establece que el alma no es homogénea, sino que se divide en tres partes: en el nivel inferior está el alma sensible, morada de los deseos y las pasiones; en el nivel medio el alma irascible, que impulsa a la acción y al valor; y por encima de ellas el alma racional, que permite al hombre, por medio del cultivo de la ciencia y la filosofía, acceder al mundo de las ideas al cual pertenece antes de la vida humana.
Esta concepción tripartita del alma le permite justificar el origen de la desigualdad social ya que establece que las distintas tendencias o aptitudes que posee el ser humano vienen determinadas por la mayor o menor preponderancia de un tipo de alma en cada uno. Así, aquellos en los que predomina el alma racional deberán dedicarse a las actividades de gobierno y a la educación de los ciudadanos; en los que predomina el alma irascible deben pertenecer a la clase social de los militares y su función será la de proteger a los ciudadanos, hacer cumplir el orden establecido por las autoridades y defender al Estado de sus Enemigos; y aquellos en los que predomine el alma sensible, pertenecerán a la clase social de los productores, agricultores, obreros, comerciantes, entre otros, cuya tarea es la de proporcionar sustento a la población, cumpliendo su labor con apego a la ley.
Además, esta división del alma establece que la armonía entre estos tres componentes, el perfecto equilibrio, da origen a la virtud máxima y esta no otra que la Justicia. Así, analógicamente para el Estado, Platón propone una directa entre las tres partes del alma y a su vez tres clases sociales fundamentales: los productores, los militares y los gobernantes; y establece que un equilibrio entre las mismas garantizará a todos la mayor de las virtudes políticas y éticas: la Justicia. Por tanto, a diferencia de muchos pensadores de nuestros tiempos, Platón supone que la mejor forma de gobierno no es otra sino aquella que pueda establecer un clima de justicia; porque a partir de ella, cada ciudadano puede partir en la búsqueda de la felicidad por sus propios medios y por su propio esfuerzo.
Platón advierte que aquellos ciudadanos destinados al gobierno de la republica, deben poseer una educación especial, orientada a inculcar en ellos el desprendimiento, la solidaridad y la virtud. Afirma además que los hombres sabios y virtuosos no los motivan las riquezas y los honores, y que por el contrario, se sienten estimulados a entrar en los empleos públicos con el solo propósito de servir a sus comunidades, prodigar bondades e impartir justicia. Dado que el mundo de las ideas está presidido por la idea del bien, que es la más alta en la jerarquía de las ideas, el hombre sabio que accede a él, será necesariamente bueno y justo; mientras que el hombre ignorante estará destinado a la injusticia, a la tiranía, al despotismo, los vicios y a la maldad en general.
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