Hay mujeres que no son mujeres; son montañas impenetrables, son cuarteles inexpugnables donde su autoridad desborda por las paredes. Soberanas inmortales de los países que existen detrás de la barrera de sus ojos. Mil países. Reinas eternas de templos que desplazan, que contornean, que mueven con cada paso. Templos de nácar, de caoba, de arcilla. Templos con piernas, con brazos y caderas. Templos que son sus cuerpos infinitos. Hay algunos ojos que desbordan torrentes inabordables de luz y de magia. Cuando se les mira hay que protegerse: queda uno ensopado, chapaleando entre la maravilla de la creación. Si Dios existe, debe mirar con esos ojos de las mujeres eternas. Yo he visto algunos y de ellos me he enamorado; y cada uno de esos amores ha sido puñal, daga y veneno. Al final, he muerto y resucitado tantas veces que ya no sé determinar si estoy vivo o estoy muerto. Esos amores son un campo repleto de cruces blancas como la epifanía destellante del silencio; exactamente igual al cementerio de Arromanches. Por entre mis tumbas me paseo, me siento en el césped y el cielo contemplo. Allí también soy eterno. Allí está mi altar y en le rindo los honores más elevados que puedo profesar: la fe y la comunión en el amor de quienes me han amado y a quienes amé.
Pero es que toparse con la dignidad titánica de esas mujeres, con la adustez penitente de ciertos rostros capaces de destruir y reconstruir el mundo, con la potencia piadosa de una par de manos que son capaces de desbaratar unas vidas y sostener otras, es muy difícil. Yo confieso que me quedo aterrado, que me reduzco a la nada. Ante ellas soy yo con mis palabras huyendo despavorido. Ante algunas mujeres colosales me petrifico de pánico, me encojo hasta proporciones ridículas y lamentables; y entonces no soy sino otro ciudadano más de la nación de Liliput. Amazonas divinas, Valquirias imponentes; yo no soy nada ante ellas. Yo simplemente me convierto en pitufo y parto a aventurarme en el bosque encantado de su risa, en las planicies volcánicas de su abdomen, a sumergirme en el pozo antiguo de sus bocas. Yo me amparo de su sombra y en su regazo germino mi trigo de poemas, mi pasto de versos, mi follaje de historias, mi fruto de novelas. En ellas habito y en ellas me escondo. Soy pulga o piojo por sus cabelleras; unas negras de ópalo y petróleo, otras castañas de oro y de miel. Amazonas y Valquirias de mi vida, en algún rincón silencioso de su cuerpo, desde donde se vea el sol poniente y el ocaso, perdido entre la extensión maravillosa del continente de sus cuerpos, quizá sobre un hombro, detrás de una oreja, sobre una nariz, en el borde de un labio, en cualquier parte de ese país de maravillas, allí estoy yo sentado; escribiendo mis cuentos y mis versos, y muerto de amor.
Muy buena esta nota, sinceramente me ha gustado mucho. Quiero compartir contigo un poema muy lindo el cual enaltece tanto al Hombre como a la Mujer. para uds también hay flores.
ResponderEliminarEl Hombre y la Mujer
El hombre es la más elevada de las criaturas.
la mujer es el más sublime de los ideales.
Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer un altar.
El trono exalta; el altar santifica.
El hombre es el cerebro.
La mujer el corazón.
El cerebro fábrica la luz; el corazón produce el amor.
La luz fecunda; el amor resucita.
El hombre es fuerte por la razón.
La mujer es invencible por las lágrimas.
La razón convence; las lágrimas conmueven.
El hombre es capaz de todos los heroísmos.
La mujer de todos los martirios.
El heroísmo ennoblece; el martirio sublimiza.
El hombre tiene la supremacía.
La mujer la preferencia.
La supremacía significa la fuerza; la preferencia representa el derecho.
El hombre es un genio.
La mujer un ángel.
El genio es inmensurable; el ángel indefinible.
La aspiración del hombre es la suprema Gloria.
La aspiración de la mujer es la virtud extrema.
La gloria hace todo lo grande; la virtud hace todo lo divino.
El hombre es un código.
La mujer un evangelio.
El código corrige; el evangelio perfecciona.
El hombre piensa.
La mujer sueña.
Pensar es tener en el cráneo una larva; soñar es tener en la frente una aureola.
El hombre es un océano.
La mujer es un lago.
El océano tiene la perla que adorna; el lago la poesía que deslumbra.
El hombre es el águila que vuela.
La mujer es el ruiseñor que canta.
Volar es dominar el espacio. Cantar es conquistar el alma.
El hombre es un templo.
La mujer es el sagrario.
Ante el Templo nos descubrimos; ante el Sagrario nos arrodillamos.
En fin:
el hombre está colocado donde termina la tierra.
La mujer donde comienza el cielo.
Pd. Dios hizo al Hombre y a la Mujer para estar juntos.